09/05/2022
Mi visita a la exposicíon La Máquina Magritte, en Barcelona CaixaFórum.
La Fundación La Caixa – CaixaForum de Barcelona presenta desde el 25 de febrero hasta el 6 de junio de este año 2022 una exposición de obras de René Magritte (1898-1967) con el título La Maquina Magritte. Dejo reseñadas aquí algunas de mis reflexiones sobre los cuadros que más me han impactado de esta muestra. Para ello me he valido de mis reflexiones al ver los cuadros, las informaciones sobre éstos que aparecen en cada sala de la muestra, así como también el libro La Máquina Magritte, del Comisario de la exposiíon Guillermo Solana (Edita Ludion Publishers, Museo Nacional Thyssen-Bornemisza y Fundación La Caixa, 2021),que me ha ayudado a situarme en el artista y su obra.
La exposición se titula La Maquina Magritte. La explicación de este título se encuentra ya en el inicio de la visita, en la que se nos explica como el artista pensó en idear una máquina para hacer cuadros, la cual existiría a partir de varios dispositivos interconectados, que a través de la repetición, variación y combinación de unos pocos motivos o conceptos del artista, se creasen imágenes continuamente. Pero el resultado de esas obras, prosiguen diciendo las explicaciones que encontramos en la página web de la Fundación y en la propia exposición, constituirían cuadros pensantes, es decir, la creación de una pintura que reflexiona sobre la propia pintura, o como califica el artista, la “metapintura”. Desde luego, algunos de los objetivos que busca el autor han tenido eco en mi al observar sus obras. Mi capacidad crística o la posibilidad de pensar en la propia reflexión que integra el cuadro lo ha conseguido. Os recomiendo visitarla.
Para mostrar ese proceso, la exposición trata de explicar lo que busca el pintor a través de varias salas con sus correspondientes pinturas: las dedicadas a “los poderes del mago”, “imagen y palabra”, “figura y fondo”, “cuadro y ventana”, ”rostro y máscara”, “mimetismo” y “megalomanía”.
En la sala “Los poderes del mago”, para la que la información de la exposición nos prepara para ver obras en las que Magritte pretende representarnos a la figura del artista como mago, dotado de superpoderes, se encuentra la obra La lámpara filosófica, de 1936, en la que se ve el retrato del propio artista mirándonos de soslayo, como se le hubiésemos pillado en una actividad que solo él sabe, con su enorme y fálica nariz metida por el extremo en la apertura de una pipa, alumbrada por una vela encendida que serpentea sin una base sólida pero que se yergue ante él. Desde luego, a tenor de la mirada del personaje, pero sobre todo de la nariz y la vela, la escena tiene un simbolismo sexual. El artista nos mira fijamente, pero es imposible no fijarse en la nariz cuyos orificios están dentro de la pipa. Por cierto, es imposible respirar así si la boca que da aire a la pipa está cerrada, como es el caso. Claro que si abre la boca, el supuesto onanismo de la escena se viene abajo. Por cierto, ¿Qué es lo que le causa placer?, ¿pensar en alguna imagen femenina como al efecto veremos posteriormente en algunos de sus cuadros, o el hecho de reflexionar filosóficamente, como la luz de la vela erecta podría también sugerir?. En todo caso, buscando algún tipo de comprensión racional a lo que veo, pecado que cometo insistentemente en mi vida y en mi trabajo, lo cual ya es un serio obstáculo para entender la obra de Magritte, es si este autor quiere que se le entienda o no, posiblemente más bien lo segundo, ya que cuando veo su obra tiendo a recordar que no me deje llevar por lo que veo.
De hecho, en la sala de “imagen y palabra”, se nos ofrecen varios cuadros que nos apelan a no definir lo que vemos en función de lo que creemos que es. El cuadro “La traición de las imágenes 1929”, muestra una pipa, con el mensaje de que no lo es: ceci n’est pas une pipe, con caligrafía escolar, con clara influencia de Miró (véase el libro La Máquina Magritte, del Comisario de la exposición, Guillermo Solana, 2022). Prosigue este libro diciendo que lo esencial en todo caso no es el objeto designado, sino la apariencia de contradicción entre lo que muestra la imagen y lo que dice el texto. Y digo yo, si no es una pipa, ¿qué es entonces? Aunque también puedo pensar que si hay un mensaje que dice que lo que veo no es una pipa, también puedo entender que sí lo es, ya que justamente en este caso por lo que no me dejo llevar es por el mensaje. Imágenes que vemos lo que son, y mensajes que nos dicen que no lo son. ¿A que debemos atender en la actualidad, a las imágenes que nos bombardean continuamente desde cualquier foro de difusión o comunicación pública, o a los mensajes que dese los mismos medios nos martillean continuamente para decantar nuestra visión sobre aquellas? Desde luego, viendo a Magritte pienso que es un visionario de los momentos actuales, donde el metalenguaje orwelliano en muchos aspectos de nuestra vida, así como la post-verdad que esconde directamente una tergiversación de lo objetivo nos hacen reconocer la sociedad, y nuestro propio criterio interior, cada vez más difícil. Viendo los cuadros de Magritte, se me despierta de continuo la duda, la inseguridad, la crítica, a veces incluso lo irracional de lo que me sugiere el cuadro. Ahí me paro, y digo que lo racional en la visión de las cosas es imprescindible, aunque de ahí también pueden salir pensamientos negativos o alejados; algo de irracional en pequeñas dosis también puede servirnos para llegar a reconocer lo objetivo, siempre que por ahí no caigamos en teorías conspirativas o conspiranoicas que, justamente, nos alejan de la constatación del problema auténtico y del modo de solucionarlas.
Es en la sala sobre “Figura y fondo” donde se encuentra una de las obras que para mi más representan la idea del artista de combinar motivos y ofrecer un cuadro que piensa sobre si mismo, que por cierto es la se elige como motivo publicitario de la exposición, en concreto, la icónica silueta del hombre con bombín de “La alta sociedad, 1965 o 1966”. En primer plano, una figura sin rosto, hueca, que puede albergar infinidad de contenidos, en el caso, una playa sosegada con cubierta por el horizonte del mar y de cielo azul con nubes almidonadas, pero cuyo contorno nos sirve para saber desde el inicio que se trata de una figura hombre. Detrás, una figura demediada cubierta con plantas verdes, y detrás un fondo violeta morado. Buena idea la de combinar figuras, la de recrear contornos cuyo interior siempre podemos llenar a nuestro interés. Esa idea de rellene cono colores y nueves me agrada, más que de haberlo hecho con oscuridad y demonios.
Además de ese cuadro, me gusta “El pan de cada día, 1942”, en la que la perspectiva utilizada es que desde “un interior” en lo que parece una ensenada se despliega todo un horizonte nublado completamente por las nubes aunque celestial, en la que de pie sobre una de éstas aparece la figura pequeña y desnuda de lo que se adivina es una mujer. ¿Qué quiere decir con la conexión entre la figura celestial de una mujer desnuda con el título del cuadro del pan de cada día, mas aún cuando esta se destaca sobre unas nubes tormentosas, haciendo más evidente su belleza frente a una espacio interior desde donde la miramos?. Tal vez quiera hacer referencia a la belleza de la mujer como un referente mental y espiritual, inalcanzable desde la posición en la que la miramos o la pensamos, o seguramente, al amor como necesario pan nuestro de cada día.
Encuentro un parecido de esta imagen con “La condición humana, 1948”, de la sala Cuadro y ventana, en la que ya dentro de una cueva, iluminada por una hoguera, se abre la perspectiva de montañas blancas y el cielo del mismo color, recordada por un trípode con un oleo que refleja esa misma visión, es decir, hay un cuadro que representa exactamente la parte del país ocultada por ese cuadro. Es decir, se trata de un cuadro (el que se ve en la imagen) dentro de un cuadro. Como dice el artista “así es como vemos el mundo, lo vemos fuera de nosotros y, sin embargo, solo tenemos una representación de él en nosotros. De la misma manera, a veces situamos en el pasado algo que está sucediendo en el presente. El tiempo y el espacio pierden entonces este significado burdo que solo la experiencia diaria puede tener en cuenta” (véase La Máquina Magritte, ya citado, p. 35).
En la sala Rostro y Máscara, donde el artista creo que intenta ofrecernos su perspectiva sobre la verdad o no de alguien a través de la no representación de su faz, el cuadro que llama más la atención es “El principio del placer”, 1937, en el que la cara de un hombre encorbatado se transfigura en un estallido de luz, como si fuera una bombilla o un sol. Como dice el libro de la exposición, la paradoja de esta imagen es que el rostro no aparece eclipsado por ningún objeto (una manzana),o necesita que se le cubra de un contenido por aparecer hueco, sino que la luz, que se supone destinada a revelar el secreto de las cosas, es la encarga de ocultar el rostro mediante el deslumbramiento (véase La Máquina Magritte, ya citado, p. 39).
En todo caso, la que más me ha agradado es “El gran siglo”, donde se vuelve al hombre con traje negro y con sombrero hongo que, dándonos la espalda, mira hacia un jardín que desemboca en un palacio, bajo un cielo inexistente, mejor dicho, una fachada de figuras cuadradas, que lleva a que se abra una perspectiva vertiginosa al observador. Lo que el hombre mira me lleva a mirarlo también, hacia el fondo de todo. No sé como mira y como lo hace el hombre con sombrero, pero ante su omnipresencia, tiendo a mirar hacia el edificio borrado del fin del cuadro. Me parece una perspectiva muy grande, pero me desasosiega y me asfixia, porque me hace pensar que podemos vivir encerrados. La calma aparente del hombre (a no ser que tenga lo ojos cerrados),me ciega parte de la imagen, pero me da alivio.
En la sala de Mimetismo, donde el autor pretendería mostrarnos los efectos que derivan de que una figura se someta al entorno o contexto en el que aparece o se mueve, quisiera aportar dos obras que me han agradado especialmente, “La firma en blanco” y “La gran familia”. El primero, una amazona cabalga sobre un caballo en medio del bosque. La vemos de forma que a veces, las piernas de ella tapan los troncos de los árboles, o la cabeza del caballo un follaje de uno de ellos; pero si nos fiamos bien, atención, los espacios vacíos como es el aire, es que nos tapa partes del cuerpo de ella o del animal. Propongo al lector que mire como engaña el cuadro al mostrar como espacios vacíos del bosque recorta la figura del caballo, y en cambio la figura de la mujer y el animal tapan los arboles del bosque. Si lo que el autor quería es que pensásemos en que por ahí pasa o ha pasado alguien cabalgando a caballo, pese a que no los vemos (porqué el aire los tapa),lo ha conseguido.
En La gran familia, 1963, una paloma cuyo interior es hueco, ocupado por un magnífico cielo azul con nubes blancas, recorta un horizonte oceánico tormentoso o muy oscuro. Reitero mi gusto por esta idea, y en la idea que dice el libro de la exposición de Guillermo Solanes, que la paradoja del mimetismo magrittiano es que la sumisión de la figura a su medio puede hacerla más visible, pero visible en su ausencia (véase La Máquina Magritte, ya citado, p. 47).
Y finalmente, en la sala “Megalomanía”, donde al contrario que la anterior, el autor busca a independizar o emancipar a un objeto del entorno en el que se mueve, las obras que mas han captado mi atención son “El sentido de las realidades” y “El arte de la conversación” 1963. En la primera, una enorme roca, sobredimensionada en el aire, a disposición del observador en suspensión o en caída libre, bajo un horizonte de cielo azul con nubes presidido por una pequesíma media luna. En el segundo, dos hombres muy pequeños se alejan hablando en un mar de nubes. Con ello, Magritte posiblemente nos hace que nos fijemos en la roca (o en los pequeños hombres) para que fuera de su contexto adquieran todo su valor.
Me hubiera gustado ver una obra que no está en la exposición, “Las profundidades del placer, 1947”, en la que una mujer, solo cubierta por una toalla l inicio de sus nalgas, y aparentemente de mayor edad, bebe un vaso en la noche mientras contempla desde su balcón el mar iluminada por una luna.
Como os decía anteriormente, os recomiendo que la visitéis si aún estáis a tiempo. Además de visitar la exposición, y si queréis saciaros más sobre ella, como me ha pasado a mi, también os aconsejo la adquisión del libro que he citado en esta entrada de blog que se encuentra en la libreria La Central situada en el propio CaixaForum.
En fin, si os fijáis en muchas de sus obras, no pararéis de hacer cábalas o de combinar rostros, figuras, fondos, vacíos, rellenos, incluso para crear vuestras representaciones, o descubriros como seres que buscáis la razón u os dejáis llevar por máscaras. Vale la pena buscaros de este modo.
Para mostrar ese proceso, la exposición trata de explicar lo que busca el pintor a través de varias salas con sus correspondientes pinturas: las dedicadas a “los poderes del mago”, “imagen y palabra”, “figura y fondo”, “cuadro y ventana”, ”rostro y máscara”, “mimetismo” y “megalomanía”.
En la sala “Los poderes del mago”, para la que la información de la exposición nos prepara para ver obras en las que Magritte pretende representarnos a la figura del artista como mago, dotado de superpoderes, se encuentra la obra La lámpara filosófica, de 1936, en la que se ve el retrato del propio artista mirándonos de soslayo, como se le hubiésemos pillado en una actividad que solo él sabe, con su enorme y fálica nariz metida por el extremo en la apertura de una pipa, alumbrada por una vela encendida que serpentea sin una base sólida pero que se yergue ante él. Desde luego, a tenor de la mirada del personaje, pero sobre todo de la nariz y la vela, la escena tiene un simbolismo sexual. El artista nos mira fijamente, pero es imposible no fijarse en la nariz cuyos orificios están dentro de la pipa. Por cierto, es imposible respirar así si la boca que da aire a la pipa está cerrada, como es el caso. Claro que si abre la boca, el supuesto onanismo de la escena se viene abajo. Por cierto, ¿Qué es lo que le causa placer?, ¿pensar en alguna imagen femenina como al efecto veremos posteriormente en algunos de sus cuadros, o el hecho de reflexionar filosóficamente, como la luz de la vela erecta podría también sugerir?. En todo caso, buscando algún tipo de comprensión racional a lo que veo, pecado que cometo insistentemente en mi vida y en mi trabajo, lo cual ya es un serio obstáculo para entender la obra de Magritte, es si este autor quiere que se le entienda o no, posiblemente más bien lo segundo, ya que cuando veo su obra tiendo a recordar que no me deje llevar por lo que veo.
De hecho, en la sala de “imagen y palabra”, se nos ofrecen varios cuadros que nos apelan a no definir lo que vemos en función de lo que creemos que es. El cuadro “La traición de las imágenes 1929”, muestra una pipa, con el mensaje de que no lo es: ceci n’est pas une pipe, con caligrafía escolar, con clara influencia de Miró (véase el libro La Máquina Magritte, del Comisario de la exposición, Guillermo Solana, 2022). Prosigue este libro diciendo que lo esencial en todo caso no es el objeto designado, sino la apariencia de contradicción entre lo que muestra la imagen y lo que dice el texto. Y digo yo, si no es una pipa, ¿qué es entonces? Aunque también puedo pensar que si hay un mensaje que dice que lo que veo no es una pipa, también puedo entender que sí lo es, ya que justamente en este caso por lo que no me dejo llevar es por el mensaje. Imágenes que vemos lo que son, y mensajes que nos dicen que no lo son. ¿A que debemos atender en la actualidad, a las imágenes que nos bombardean continuamente desde cualquier foro de difusión o comunicación pública, o a los mensajes que dese los mismos medios nos martillean continuamente para decantar nuestra visión sobre aquellas? Desde luego, viendo a Magritte pienso que es un visionario de los momentos actuales, donde el metalenguaje orwelliano en muchos aspectos de nuestra vida, así como la post-verdad que esconde directamente una tergiversación de lo objetivo nos hacen reconocer la sociedad, y nuestro propio criterio interior, cada vez más difícil. Viendo los cuadros de Magritte, se me despierta de continuo la duda, la inseguridad, la crítica, a veces incluso lo irracional de lo que me sugiere el cuadro. Ahí me paro, y digo que lo racional en la visión de las cosas es imprescindible, aunque de ahí también pueden salir pensamientos negativos o alejados; algo de irracional en pequeñas dosis también puede servirnos para llegar a reconocer lo objetivo, siempre que por ahí no caigamos en teorías conspirativas o conspiranoicas que, justamente, nos alejan de la constatación del problema auténtico y del modo de solucionarlas.
Es en la sala sobre “Figura y fondo” donde se encuentra una de las obras que para mi más representan la idea del artista de combinar motivos y ofrecer un cuadro que piensa sobre si mismo, que por cierto es la se elige como motivo publicitario de la exposición, en concreto, la icónica silueta del hombre con bombín de “La alta sociedad, 1965 o 1966”. En primer plano, una figura sin rosto, hueca, que puede albergar infinidad de contenidos, en el caso, una playa sosegada con cubierta por el horizonte del mar y de cielo azul con nubes almidonadas, pero cuyo contorno nos sirve para saber desde el inicio que se trata de una figura hombre. Detrás, una figura demediada cubierta con plantas verdes, y detrás un fondo violeta morado. Buena idea la de combinar figuras, la de recrear contornos cuyo interior siempre podemos llenar a nuestro interés. Esa idea de rellene cono colores y nueves me agrada, más que de haberlo hecho con oscuridad y demonios.
Además de ese cuadro, me gusta “El pan de cada día, 1942”, en la que la perspectiva utilizada es que desde “un interior” en lo que parece una ensenada se despliega todo un horizonte nublado completamente por las nubes aunque celestial, en la que de pie sobre una de éstas aparece la figura pequeña y desnuda de lo que se adivina es una mujer. ¿Qué quiere decir con la conexión entre la figura celestial de una mujer desnuda con el título del cuadro del pan de cada día, mas aún cuando esta se destaca sobre unas nubes tormentosas, haciendo más evidente su belleza frente a una espacio interior desde donde la miramos?. Tal vez quiera hacer referencia a la belleza de la mujer como un referente mental y espiritual, inalcanzable desde la posición en la que la miramos o la pensamos, o seguramente, al amor como necesario pan nuestro de cada día.
Encuentro un parecido de esta imagen con “La condición humana, 1948”, de la sala Cuadro y ventana, en la que ya dentro de una cueva, iluminada por una hoguera, se abre la perspectiva de montañas blancas y el cielo del mismo color, recordada por un trípode con un oleo que refleja esa misma visión, es decir, hay un cuadro que representa exactamente la parte del país ocultada por ese cuadro. Es decir, se trata de un cuadro (el que se ve en la imagen) dentro de un cuadro. Como dice el artista “así es como vemos el mundo, lo vemos fuera de nosotros y, sin embargo, solo tenemos una representación de él en nosotros. De la misma manera, a veces situamos en el pasado algo que está sucediendo en el presente. El tiempo y el espacio pierden entonces este significado burdo que solo la experiencia diaria puede tener en cuenta” (véase La Máquina Magritte, ya citado, p. 35).
En la sala Rostro y Máscara, donde el artista creo que intenta ofrecernos su perspectiva sobre la verdad o no de alguien a través de la no representación de su faz, el cuadro que llama más la atención es “El principio del placer”, 1937, en el que la cara de un hombre encorbatado se transfigura en un estallido de luz, como si fuera una bombilla o un sol. Como dice el libro de la exposición, la paradoja de esta imagen es que el rostro no aparece eclipsado por ningún objeto (una manzana),o necesita que se le cubra de un contenido por aparecer hueco, sino que la luz, que se supone destinada a revelar el secreto de las cosas, es la encarga de ocultar el rostro mediante el deslumbramiento (véase La Máquina Magritte, ya citado, p. 39).
En todo caso, la que más me ha agradado es “El gran siglo”, donde se vuelve al hombre con traje negro y con sombrero hongo que, dándonos la espalda, mira hacia un jardín que desemboca en un palacio, bajo un cielo inexistente, mejor dicho, una fachada de figuras cuadradas, que lleva a que se abra una perspectiva vertiginosa al observador. Lo que el hombre mira me lleva a mirarlo también, hacia el fondo de todo. No sé como mira y como lo hace el hombre con sombrero, pero ante su omnipresencia, tiendo a mirar hacia el edificio borrado del fin del cuadro. Me parece una perspectiva muy grande, pero me desasosiega y me asfixia, porque me hace pensar que podemos vivir encerrados. La calma aparente del hombre (a no ser que tenga lo ojos cerrados),me ciega parte de la imagen, pero me da alivio.
En la sala de Mimetismo, donde el autor pretendería mostrarnos los efectos que derivan de que una figura se someta al entorno o contexto en el que aparece o se mueve, quisiera aportar dos obras que me han agradado especialmente, “La firma en blanco” y “La gran familia”. El primero, una amazona cabalga sobre un caballo en medio del bosque. La vemos de forma que a veces, las piernas de ella tapan los troncos de los árboles, o la cabeza del caballo un follaje de uno de ellos; pero si nos fiamos bien, atención, los espacios vacíos como es el aire, es que nos tapa partes del cuerpo de ella o del animal. Propongo al lector que mire como engaña el cuadro al mostrar como espacios vacíos del bosque recorta la figura del caballo, y en cambio la figura de la mujer y el animal tapan los arboles del bosque. Si lo que el autor quería es que pensásemos en que por ahí pasa o ha pasado alguien cabalgando a caballo, pese a que no los vemos (porqué el aire los tapa),lo ha conseguido.
En La gran familia, 1963, una paloma cuyo interior es hueco, ocupado por un magnífico cielo azul con nubes blancas, recorta un horizonte oceánico tormentoso o muy oscuro. Reitero mi gusto por esta idea, y en la idea que dice el libro de la exposición de Guillermo Solanes, que la paradoja del mimetismo magrittiano es que la sumisión de la figura a su medio puede hacerla más visible, pero visible en su ausencia (véase La Máquina Magritte, ya citado, p. 47).
Y finalmente, en la sala “Megalomanía”, donde al contrario que la anterior, el autor busca a independizar o emancipar a un objeto del entorno en el que se mueve, las obras que mas han captado mi atención son “El sentido de las realidades” y “El arte de la conversación” 1963. En la primera, una enorme roca, sobredimensionada en el aire, a disposición del observador en suspensión o en caída libre, bajo un horizonte de cielo azul con nubes presidido por una pequesíma media luna. En el segundo, dos hombres muy pequeños se alejan hablando en un mar de nubes. Con ello, Magritte posiblemente nos hace que nos fijemos en la roca (o en los pequeños hombres) para que fuera de su contexto adquieran todo su valor.
Me hubiera gustado ver una obra que no está en la exposición, “Las profundidades del placer, 1947”, en la que una mujer, solo cubierta por una toalla l inicio de sus nalgas, y aparentemente de mayor edad, bebe un vaso en la noche mientras contempla desde su balcón el mar iluminada por una luna.
Como os decía anteriormente, os recomiendo que la visitéis si aún estáis a tiempo. Además de visitar la exposición, y si queréis saciaros más sobre ella, como me ha pasado a mi, también os aconsejo la adquisión del libro que he citado en esta entrada de blog que se encuentra en la libreria La Central situada en el propio CaixaForum.
En fin, si os fijáis en muchas de sus obras, no pararéis de hacer cábalas o de combinar rostros, figuras, fondos, vacíos, rellenos, incluso para crear vuestras representaciones, o descubriros como seres que buscáis la razón u os dejáis llevar por máscaras. Vale la pena buscaros de este modo.