06/03/2024

Sentimientos de resignación ante la excelente exposición ¿Qué humanidad? La figura humana después de la guerra (1940-1966)

Sentimientos de resignación ante la excelente exposición ¿Qué humanidad? La figura humana después de la guerra (1940-1966)

Incluyo un ejercicio que me ha ido bien mentalmente para sacar lo que llevo dentro desde que visité la gran exposición que organizó el Museu Nacional d'Art de Catalunya con el título "¿Qué humanidad? La figura humana después de la guerra (1940-1966)", cuyo período de apertura al público finalizó este pasado mes de febrero de 2024.


Durante el período en que estuvo abierta al público hasta el 11 de febrero de este 2024, aproveché para visitar la Exposición "¿Qué humanidad? La figura humana después de la guerra (1940-1966)" en el Museu Nacional d'Art de Catalunya. El objeto de la exposición era mostrar como se había retratado a los hombres y a las mujeres durante la tragedia bélica sin parangón que se abatió sobre el mundo, y especialmente sobre Europa en atención al Holocausto que se ejecutó hasta 1945, y también, al menos me lo pareció a mí también, que cara se les quedó (si se me permite la expresión),a aquellos que sobrevivieron a ese colapso humano.

Fue una gran visita por que la Exposición, en cuanto a la excelencia del diseño y ordenación de las obras mostradas, básicamente cuadros, fotografías o videos y esculturas, pero a la vez ver las obras me dejo un sentimiento de resignación y hasta de amargura, por cuanto salí de la visita pensando que el horror que había visto reflejado en las obras podía volver a ocurrir otra vez (o va a suceder si lo digo con la seguridad que tuve tras ver la exposición),y no en países más o menos lejanos, sino esta vez aquí, en el sufrido suelo europeo que sigue sin aprender, o mejor dicho, nunca aprenderá de lo que le ha tocado vivir.

Ya desde el principio empezó a germinarme esa idea ante una de las primeras obras que se abre al visitante en la primera sala de la exposición, la Sala del Desastre, en concreto el cuadro el  Triunfo de la muerte, 1943, de Renato Guttuso (Bagheria, 26 de diciembre de 1911 - Roma, 18 de enero de 1987),en el que percibí reminiscencias del Guernica de Picasso, otro manifiesto de los horrores de la guerra.



Tal vez ese sentimiento de que la violencia a escala nacional, interestatal y mundial es imposible de parar  esté impregnado por las noticias diarias que nos impregnan, que al margen de los horrores cotidianos y la falta de sensibilidad por el poder económico y político por la desigualdad que, entre otros factores, los provoca, sino por las guerras con sufrimiento indecible de víctimas civiles en el este de Europea, en Ucrania en concreto desde la invasión rusa en febrero de 2022, y en tierra palestina, en Gaza en particular, por la entrada a sangre y fuego del ejercito israelí tras haber sufrido un ataque sin previo aviso e indiscriminado de la organización terrorista Hamas.

Si dejo al margen el estado de atonía del que adolecemos en nuestra sociedad, que nos hace perder la perspectiva sobre cualquier búsqueda de la verdad y de rebeldía ante lo que está sucediendo, la obra de la exposición con la que más me identifiqué, tal vez por la mezcla de sorpresa e impotencia que muestra frente al horror que está mirando y que sé que, tarde o temprano también nos afectarán a nosotros, es la que preside esta entrada de blog, la de Juana Francés (Alicante, 1924-Madrid, 1990),con el título “Silencio” (1954). Ese silencio con los ojos bien abiertos ante lo que es inexplicable, o aunque tal vez tenga una explicación, que se ejerce o se ha ejercido ante con una violencia tal que ha sobrepasado la capacidad de articular una palabra para explicarlo.

Considero que el silencio es un mecanismo lógico y oportuno en muchas ocasiones ante una decepción, sobre todo cuando quién la provoca es alguién al que entiendes o justificas; también puede derivar de una sensación refleja de atonía que bloquea cualquier actuación, natural por lo demás, aunque en el caso de las víctimas que han sufrido cualquier trauma violento; pero también puede ser una actitud impuesta por el entorno, por la sociedad que a uno le toca vivir: así lo explica Boris Cyrulnik, niño judio y superviviente a la Segunda Guerra Mundial que explica en su libro "Sálvate, la vida te espera" (Edita Debate, 2013),como tras la los horrores vividos individual y colectivamente prevaleció un discurso político y social, sobre todo que impedía la expresión de lo vivido por las víctimas, las cuales antes cualquier intento de acercarse a lo sufrido topaba con la incomprensión o hasta con la comparación a pequeña escala de las miserias que cada uno pudiese haber vivido en la guerra. El silencio creo una cripta íntima en los que vieron y sufrieron horrores o fueron perseguidos que tardo años en emerger en forma de palabras y de memoria (en Francia casi cuarenta, como bien explica Cyrulnik, hasta el juicio de Maurice Papon, funcinario colaboracionista de los nazis -con carrera política posterior en la Francia que siguió a la guerra-, que fue llevado ante los Tribunales por sus crimines durante la ocupación a principios de los años 80 del siglo pasado).

Pienso que es a partir de ahí, cuando se pueden articular palabras que despiertan interés en los demás, cuando es posible la sanación interna y mental de la persona que ha sufrido de primera mano la violencia inusitada ejercida por otro. Esa es la idea que tuve al ver la obra de Zoran Music (Gorizia, 1909 - Venecia, 2005),sobreviviente de los campos de concentración nazis, que en los años 60 del siglo XX pintaba cuadros abstractos como “Paisaje vacio” (mostrado en primer lugar),que tal vez querían decir algo que no emerge a la superficie, pero que en los años 70 empezó la colección No somos los últimos, en los que ya recoge lo que vio en los campos concentracionarios de la muerte europeos, donde los fantasmas escondidos en sus paísajes emergen vivamente para mostrarnos lo que unos hombres y mujeres pueden hacer a otros y a otras, despojándolos de toda humanidad física y espiritual (incluyo “Los cuatro ahorcados").



Paisaje Vacio (1960).



Cuatro ahorcados (a partir 1970)

Creo que para el autor fue necesario que lo hiciera así, que lo explicase con su arte de esta manera, que superase su estado de aislamiento mental producto del shok que le causó su experiencia; tal vez eso le ayudo a sobrellevar mejor su vida y a nosotros nos brindó un testimonio de primera magnitud en forma de obras de arte, aunque no siempre ha sido así, y otras personas han preferido, ante la magnitud del trauma, mantener estados de silencio en su interior.

Acabo este comentario de mi visita a la exposición fijándome en la Maqueta del Monumento a los mártires de Oradaour sur-Glane, en Francia, de Apel·les Fenosa (Barcelona, 16 de mayo de 1899 - París, 25 de marzo de 1988):



Empecé con un sentimiento de que no hay nada que hacer, y con este comentario acabo ratificándole. Oradour sur-Glane fue un pueblo mártir de Francia donde los nazis, como represalia ante un ataque de la resistencia, mandaron a toda su población a la iglesia del pueblo y la prendieron fuego, mientras que al panadero del pueblo lo metieron a la fuerza en el horno de su comercio para que también se quemará vivo dentro de él. Siempre me he preguntado como quienes hicieron lo primero podían no solo aguantar los gritos de espanto de las personas encerradas en la iglesia, sino que imagino que hasta reían por ello, o con que rabia debieron forcejear los soldados nazis para poner a un hombre dentro de su horno con la intención de matarlo.

Digo esto porqué considero que mi alma no lo admite, aunque viendo la exposición, también he de ser consciente que cualquier persona es capaz de hacerle lo peor a otra persona, en un momento de ofuscación, o previa decisión fría y racional planificada. La violencia está presente en nuestra sociedad de forma individual y social, la mayoría de las veces latente, pero cada vez me cuesta más estar cerca cuando la detecto (como le pasaba al poeta Joan Margarit quién entre sus últimas obras está la de que cuenta que quiere ser un animal de bosque para huir de ella). Por ahora, no puedo hacer otra que hacer lo posible, desde mi nimiedad humana, para evitar que esa violencia se cebe en seres humanos, principalmente niños, y en animales, los cuales me recuerdan la crueldad de la que somos capaces los seres con dos patas, y sobre todo explicar, hablar y articular palabras para que esa violencia latente y que en forma de guerra que en cualquier momento nos puede afectar, no me traumatice de forma que me deje sin ellas.

 
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