25/02/2024
Antonio Scurati: M. EL HIJO DEL SIGLO (Alfaguara, 2023):
Silencio.
Uno solo.
Bastaría con que uno solo hablara y él estaría perdido.
Entre los líderes de la oposición, sentados en sus escaños o mezclados entre la multitud de las gradas, hay hombres a los que desde luego no les falta valor. Durante años, su vida cotidiana ha sido una trinchera, han soportado amenazas contínuas, algunos han recibido palizas varias veces. Sería suficiente con que uno solo de ellos se levantara, con que una figura solitaria se irguiera para acusar, rompiendo la disciplina de partido, el círculo de la violencia, oponiendo fuerza moral a fuerza física, respondiendo a la llamada del futuro, dejándose ajusticiar en el presente para ser vengado por la posteridad, dejándose sumergir por la vida para salvarse en la historia. Sería suficienrte con que uno solo se levantara para envenenar todo lo que a Él aún le queda por decir, y que lleva apuntado en unas escasas notas abiertas a la improvisación en una hoja suelta.
Nadie se levanta.
Tan solo los cortesanos fascistas se ponen de pie para aplaudir a su Duce.
Entonces el Duce se desborda. Si nadie en ese hemiciclo se ha atrevido a levantarse y acusar, será él, Benito Mussolini, quién exponga la acusación contra sí mismo.
Y así su voz se eleva poderosa en el hemiciclo de Montecitorio, disparando una sílaba tras otra. Se dice que él han fundado una Checa. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿De qué manera? Nadie puede explicarlo. Si nadie lo inculpa, él, entonces, se disculpa: él siempre se ha declarado discípulo de esa violencia que no puede ser expulsada de la historia, pero él es valiente, inteligente, previsor, la violencia de los asesinos de Matteotti es cobarde, estúpida, ciega. Que no se cometa la injustícia de creerle tan estúpido. Él nunca se ha mostrado inferior a los acontecimientos, él nunca se habría imaginado siquiera dando la orden para ese absurdo, catastrófico asesinato de Matteotti, él no odiaba en absoluto a ese adversario inflexible, al contrario, lo estimaba, apreciaba su obstinación, su valor, tan parecido a su propio valor, que nunca le ha faltado. Y ahora va a dar buena prueba de ello.
Uno solo.
Bastaría con que uno solo hablara y él estaría perdido.
Entre los líderes de la oposición, sentados en sus escaños o mezclados entre la multitud de las gradas, hay hombres a los que desde luego no les falta valor. Durante años, su vida cotidiana ha sido una trinchera, han soportado amenazas contínuas, algunos han recibido palizas varias veces. Sería suficiente con que uno solo de ellos se levantara, con que una figura solitaria se irguiera para acusar, rompiendo la disciplina de partido, el círculo de la violencia, oponiendo fuerza moral a fuerza física, respondiendo a la llamada del futuro, dejándose ajusticiar en el presente para ser vengado por la posteridad, dejándose sumergir por la vida para salvarse en la historia. Sería suficienrte con que uno solo se levantara para envenenar todo lo que a Él aún le queda por decir, y que lleva apuntado en unas escasas notas abiertas a la improvisación en una hoja suelta.
Nadie se levanta.
Tan solo los cortesanos fascistas se ponen de pie para aplaudir a su Duce.
Entonces el Duce se desborda. Si nadie en ese hemiciclo se ha atrevido a levantarse y acusar, será él, Benito Mussolini, quién exponga la acusación contra sí mismo.
Y así su voz se eleva poderosa en el hemiciclo de Montecitorio, disparando una sílaba tras otra. Se dice que él han fundado una Checa. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿De qué manera? Nadie puede explicarlo. Si nadie lo inculpa, él, entonces, se disculpa: él siempre se ha declarado discípulo de esa violencia que no puede ser expulsada de la historia, pero él es valiente, inteligente, previsor, la violencia de los asesinos de Matteotti es cobarde, estúpida, ciega. Que no se cometa la injustícia de creerle tan estúpido. Él nunca se ha mostrado inferior a los acontecimientos, él nunca se habría imaginado siquiera dando la orden para ese absurdo, catastrófico asesinato de Matteotti, él no odiaba en absoluto a ese adversario inflexible, al contrario, lo estimaba, apreciaba su obstinación, su valor, tan parecido a su propio valor, que nunca le ha faltado. Y ahora va a dar buena prueba de ello.